Busqué entre mi ropa, en el placard, en los cajones. No encontré ninguna gorra. Había usado, en otros tiempos. Pero la moda había pasado y sobre las gorras había caído una especie de estigma –tan de clase media. Llevé el único sombrero que tengo: uno de mimbre, ridículo.
A partir de las 18 hs. la intersección de Colón y Cañada se fue colmando: iba a comenzar la 7ma Marcha de la Gorra. Como había esperado, la esquina era un carnaval. Pelos pintados, cuerpos intervenidos, banderas, tambores. Un desfile de signos.
El Código de Faltas es una herramienta que violenta a una identidad cultural y vulnera garantías constitucionales: derecho a la defensa, al trabajo, a la libre circulación, al debido proceso. Esa cultura se manifestó en todos los sentidos de la palabra: mostró su existencia. Mostró también, sus huellas.
Hay en Córdoba un malestar que excede al Código, aunque lo tiene como protagonista principal. Es con la Policía, con las políticas de seguridad que se vienen implementando desde hace varios años[1]. Carteles como “Cárcel a los narcos, no a los pibes”, “No es un policía, es la institución” y “Policía asesina”, fueron elocuentes al respecto.
Un nene de unos 10 años me contó que estaba ahí por su primo Iván, asesinado por la Policía el 13 de Mayo de este año, en el pabellón 12 del penal San Martín. Casos como el de Iván, ominosos, aberrantes, hay muchos, producto de la arbitrariedad y de la violencia de una Policía que aún conserva estructuras y metodologías de sus tiempos más oscuros.
Artemia, una Abuela de Plaza de Mayo de cabellos color lila, me dijo: “¿Cómo no vamos a estar acá? Si esta Policía es la misma que la de la dictadura. Violenta los derechos de ustedes, los jóvenes, y los nuestros cuando queremos defenderlos, jugarnos por ustedes”.
Al frente de la marcha, había un conjunto de murgas y grupos de artistas que realizaron diferentes intervenciones: la apropiación de las calles, queda claro, es para el disfrute. Para pisar con total libertad y alegría esos espacios vedados.
Metros atrás, el Colectivo de Jóvenes por Nuestros Derechos desplegó una gran bandera y fue Bichi Luque quien tomó el micrófono la mayor parte del tiempo, para cantar, reclamar, putear.
Ustedes uniformados, perversos y engarrotados; nosotros vecinos dignos y organizados. Igual que la Negra Sosa, sentimos amor por esta tierra hermosa. El vecino que tiene agua la comparte con su cuadra. La poesía de los chicos y chicas de la Garganta Poderosa -brazo literario de la asamblea que está en cada vez más barrios de Argentina y Latinoamérica- también cubrió la calle.
En la garganta de Bichi -otra poderosa- se dibujaba una garra. Gritaba. Ésta es nuestra forma de construir: colectivamente –decía. Porque nuestra forma de resistir es la alegría. Queremos la ciudad para estudiar, para trabajar, para divertirnos –agregaba.
En eso, veo que una nena le manotea la gorra fucsia a un chico, se la pone y sale corriendo. El chico la persigue. La gorra se vuelve un fetiche: llevarla carga de sentidos. Muchas cosas dependen de qué gorra te ponés en la cabeza.
Después de más de dos horas de marcha, la manifestación desemboca en Plaza San Martín. Los jóvenes pisan con fuerza el espacio muchas veces negado y prenden fuego la representación de un helicóptero policial. Somos ahí más de 15000 personas.
En la ciudad de Córdoba la Policía detiene, por Código de Faltas, un joven cada 13 minutos. El índice de delitos, lejos de disminuir, aumenta mientras se engrosa la lista de detenidos.
“Creo que muchas veces esas detenciones arbitrarias terminan causando lo que dicen prevenir. Muchos jóvenes aumentan su grado de violencia y su elección del delito por la cantidad de puertas que se les cierra”, dijo Bichi en una entrevista.
Ponerse una gorra -en mi caso un sombrero-, siempre, deja marcas. Algunas en el pelo, en la identidad otras. La seguridad, necesaria para la convivencia -nadie lo duda-, no puede apoyarse sobre un preconcepto. Si saco yo a pasear mi sombrero -y todo la cadena de decisiones que eso implica: comprarme ése, caminar la calle con él en la cabeza, soportar la mirada burlona de algunos- por qué no puede un joven de un barrio cualquiera sacar a pasear a la plaza su cultura, su identidad, lo que tiene, lo que le falta. Hay una línea que separa formas de ser y estar en el mundo que están bien de aquéllas que están mal.
Sobre el capricho con que esa línea es trazada, trató la marcha.
[1] Ver http://deodoro.unc.edu.ar/2013/10/23/la-politica-de-seguridad-del-cordobesis
Por Martín Aguaisol, para Universidad Abierta.
Fotos: Lucía Svetlitza